JENNIE
Ruby

Desde su irrupción en el escenario global como parte de BLACKPINK, Jennie Kim ha encarnado la esencia misma de la estrella pop contemporánea: un imán para la atención, una fuerza creativa y un símbolo de elegancia rebelde. Con el grupo, ha conquistado cumbres inéditas para el K-pop, desde estadios abarrotados hasta los deslumbrantes escenarios de Coachella. Su transición hacia lo solista, iniciada años atrás con el éxito Solo, culmina ahora con Ruby, un álbum que no solo refleja su evolución artística, sino que desafía las expectativas con una mezcla audaz de sonidos y narrativas.
Lanzado el pasado 7 de marzo (y quizás eclipsado un poco por Mayhem de Lady Gaga) Ruby es un viaje sonoro que oscila entre la nostalgia y la vanguardia, un diálogo íntimo entre la Jennie que el mundo cree conocer y la artista que decide revelarse. Desde la introspectiva INTRO : JANE donde su voz flota sobre arpegios etéreos, hasta la bravuconería electrizante de Like JENNIE, el álbum teje un tapiz de contrastes. Diplo y Mike Will Made It imprimen texturas que van del R&B nebuloso al hip-hop abrasador, mientras que las colaboraciones con Dua Lipa o Childish Gambino añaden capas de sofisticación. Pero más que un catálogo de influencias, Ruby es un manifiesto: Jennie reclama su lugar no como ídolo, sino como artista.
Esa dualidad define el disco. En Start A War, su voz se desliza con melancolía sobre un ritmo de R&B soñador, evocando la vulnerabilidad de SZA, mientras With The IE (Way Up) recupera el espíritu de los clásicos hip-hop de los 2000 con un guiño descarado a J.Lo. Hay un juego constante entre lo personal y el performance: en F.T.S., desarma críticas con un cinismo glacial (What matters to you, you, you, it’s not that deep to me), y en Zen, la producción industrial subraya su voluntad de romper moldes. Cada canción es una faceta distinta del mismo diamante: algunas pulidas hasta el brillo, otras deliberadamente ásperas.
Las colaboraciones hacen el trabajo de amplificar su voz en vez de opacarla. Handlebars con Dua Lipa es un himno veraniego donde ambas artistas irradian química, mientras que ExtraL con Doechii se convierte en un duelo de flows afilados. Sin embargo, los momentos más reveladores surgen en la intimidad: Love Hangover, con Dominic Fike, es un susurro soul que desnuda su lado más orgánico, y Twin, la balada acústica que cierra el álbum, destila una sinceridad que resuena mucho después de que la música se apaga.
Por supuesto, no todo en Ruby es perfección. Algunas transiciones entre estilos pueden sentirse abruptas, y hay instantes donde la producción opaca su presencia vocal. Títulos como Mantra o Seoul City, aunque irresistibles, a veces priorizan el estilo sobre la sustancia. Pero incluso estos “defectos” refuerzan la tesis del álbum: Jennie no busca pulir su imagen, sino explorar sus grietas. Es ahí, en los intersticios entre lo impecable y lo experimental, donde su arte cobra autenticidad. Así que podemos decir que Ruby trasciende sus canciones. En un paisaje pop dominado por algoritmos y fórmulas predecibles (un pecado que incluso han cometido sus compañeras de BLACKPINK en proyectos solistas), Jennie se arriesga a ser incompleta, a veces contradictoria, siempre humana.
El álbum no es una reinvención radical, pero sí un recordatorio de que, detrás del glamour y los titulares, hay una artista con hambre de narrar su propia historia. Si BLACKPINK la convirtió en reina, Ruby la corona. Jennie nos ofrece un espejo donde lo vulnerable y lo triunfal coexisten. Entre sintetizadores y silencios, entre versos arrogantes y confesiones en voz baja, construye un monumento a la complejidad de ser ella misma. Y en ese acto de valentía —tan raro en un industria obsesionada con la perfección como la surcoreana— reside su verdadero brillo.
Escucha Ruby en su totalidad a continuación.
Despues de leer, ¿qué te pareció?
-
-
-
1Lo amé
-
-
-