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Album Reviews

Ruwsowsky

DAISY

Portada del álbum "DAISY" de Rusowsky.
8.8
Words Mirangie Alayon

Bajo el nombre de Rusowsky late el corazón de Ruslan Mediavilla, un artista español que nació en Valladolid en 1999, pero que se forjó entre las calles de Fuenlabrada, Madrid. Criado entre melodías clásicas y el eco de las tradiciones bielorrusas que su madre, folclorista y maestra, le regaló desde niño, su música es un tejido delicado de contrastes: lo íntimo y lo universal, lo melancólico y lo luminoso. Con el piano como primer cómplice y la producción como refugio, Rusowsky ha ido tejiendo su propio lenguaje, una fusión de bedroom pop, hyperpop, R&B, reggaetón y jazz, salpicado de techno y hip hop, todo cocido en la soledad creativa de su habitación. Desde sus primeros pasos en 2019, su talento lo ha llevado a colaborar con nombres como C. Tangana y Dellafuente, a llenar salas en España y México, y a brillar en escenarios como Lollapalooza y Bilbao BBK Live.

Junto a su colectivo Rusia IDK —una hermandad de artistas como Ralphie Choo y TRISTÁN!—, ha construido un universo donde lo experimental no es un gesto pretencioso, sino un lenguaje natural. Su debut, DAISY, es un manifiesto generacional, un lugar donde la nostalgia pixelada y el futurismo más audaz se dan la mano. Este debut es la cristalización de ese viaje sonoro: un lienzo donde la nostalgia y la experimentación se dan la mano. Aquí, Rusowsky expande su universo, jugando con los matices del synth pop, la electrónica y hasta el regional mexicano, sin perder nunca esa esencia íntima que define su voz. Cada canción es un susurro y un grito, una confesión en inglés y español que desafía los géneros y los prejuicios. Con un total de 13 canciones, DAISY es un portal hacia el mundo de un artista que, con sensibilidad y audacia, se ha convertido en una de las voces más sonadas de la música alternativa en español.

DAISY suena como un sueño lúcido: fragmentos de canciones que creías olvidadas resucitan entre sintetizadores que gotean melancolía. En SOPHIA, por ejemplo, nos da una balada cyberpunk donde el autotune no es un efecto, sino una segunda piel. Los beats recuerdan a Timbaland, pero filtrados a través de una conexión a internet inestable. O ALTAGAMA, una canción que nació como un respiro ante el agobio creativo y terminó siendo un himno frágil y luminoso. Rusowsky juega con la contradicción: sus composiciones son a la vez minimalistas y maximalistas, íntimas y expansivas, como si cada pista fuera un mensaje en una botella lanzada al océano digital.  

Las colaboraciones en DAISY son otro highlight, porque son tan impredecibles como deliciosas. Kevin Abstract aporta un verso candente en LIAR?, una pieza que oscila entre el indie folk y el R&B, mientras Las Ketchup —sí, las del Aserejé— resurgen en Johnny Glamour como un fantasma de los 2000, sampleadas con una ironía que no resta ternura. Pero el momento más electrizante llega con La Zowi en sukkKK!!, un terremoto de reggaetón distorsionado que demuestra que Rusowsky puede convertir el caos en coreografía. Cada feature es un diálogo, nunca un monólogo: hasta Ravyn Lenae, en pink + pink, se adapta a su universo como si siempre hubiera pertenecido a él. Y qué decir de KINKI FÍGARO, un opening casi perfecto: es el caos sublime que solo Jean Dawson y Rusowsky podían crear juntos: una intro orquestal que engaña con su elegancia de cuento Disney antes de estallar en un huracán de beats mutantes, guitarras rasgadas y voces que se desgarran entre lo angelical y lo demoníaco. Dawson encaja aquí como un cómplice natural: su energía salvaje choca contra la producción meticulosa de Rusowsky, creando un tema que suena a circo apocalíptico.

Rusowsky no teme al kitsch ni al drama: malibU suena a bachata tocada en una nave espacial, y 4 Daisy es un lamento acústico que podría acompañar el final de un romance entre avatares. Este es un disco que celebra lo imperfecto, lo no resuelto. Incluso en su aparente desorden (como los beats que colapsan y renacen en 99%) hay una coherencia emocional. No se trata de pulir, sino de dejar que las grietas muestren su belleza. Por otra parte, la conexión con lo vintage no es casual. Rusowsky samplea a Lorna y reinterpreta el Daisy Bell cantado por HAL en 2001: Odisea en el espacio como si fuera un meme ancestral. Su nostalgia no es pasiva; es una herramienta para hackear el presente. En project tu culo, los coros chopeados de + suave (su tema de 2020) regresan como un eco, recordándonos que el dolor y el placer son ciclos infinitos.

Para una generación criada entre algoritmos y afectos virtuales, DAISY es un espejo. Rusowsky no idealiza lo analógico ni demoniza lo digital; explora la ternura en los glitches, y la humanidad en las voces autotuneadas. Tracks como (ecco) podrían sonar en una habitación adolescente a las 3:00a.m., mientras alguien escribe un mensaje que nunca enviará. No hay respuestas aquí, solo preguntas hermosamente formuladas: ¿El amor en la era de TikTok es más real o más frágil? ¿Puede una máquina cantar con el alma rota?  Lo mejor de DAISY no es que sea un disco imprescindible (y vaya que lo es), sino que Rusowsky no se siente en la obligación de elegir entre lo culto y lo popular, o entre lo triste y lo festivo; lo mezcla todo con la naturalidad de quien sabe que la vida no viene en géneros separados. Este disco es un jardín donde crecen flores digitales y enredaderas de sintetizadores, donde las risas se confunden con los errores de grabación. No es perfecto, pero es honesto. Y en un mundo obsesionado con la imagen pulida, esa honestidad brilla más que cualquier producción impecable. Al final, DAISY se escucha y se siente, como un latido a través de los auriculares, como un susurro que te dice que, incluso en lo artificial, hay algo profundamente humano.

Escucha DAISY en su totalidad a continuación.

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